Desde las raíces de las montañas, desprendiendo con violencia una multitud de rocas que, al rodar, aplastaban cardos y pastizales.
Siguió tronando entre las nubes y vengándose con rayos hirientes.
No se salvaron ni las libélulas ni las orquídeas blancas. (Milenios de gestación no podrían haber hecho menos.)
Finalmente, quedó atrapado en un valle. Lo acunó la hondonada y el susurro del arroyo. En un manso regazo, en dulce agonía, esperó el silencio de las estrellas.
Y se acalló, feliz de haber existido.
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