
Cierto día se tornó ausente. Estuvo un tiempo dedicada a husmear incansablemente, con notoria pasión, una extraña y copiosa provisión de libros, en una búsqueda tan desordenada que sólo podía ser producto de una mente enferma.
Alternaba entre el psicoanálisis, la biología, la hechicería, la mitología...
En algún momento se interesó apasionadamente por estudiar la vida de las aves. Decía que los mamíferos habían llegado al más alto desarrollo de la inteligencia, pero eran las aves las que, en su evolución, lograron la mayor capacidad de goce y emoción.
Pasaban los días y parecía que la oscuridad de sus ojeras iba abarcando todo su rostro. Estaba adelgazando a fuerza de comer poco y mal. Su cabello también se debilitaba y caía en mechones.
Tantos años de amistad hacían que pudiera soportarle toda clase de locuras; ella siempre fue fiel a lo insólito.
Lo que me repugnó fue cuando un día, con una extraña mirada punzante me convidó con carne cruda. Estaba feliz y su vestido negro le daba un aire de altivez tan extraño en ella. Corrí a cocinarle un almuerzo decente que comimos con gusto.
Cuando su estado de salud aparentaba ser extremadamente malo, lucía radiante. Una tarde me dijo que necesitaba retirarse por un tiempo al bosque. Evidentemente, al vería asi, era una absoluta irresponsabilidad de mi parte no oponerme a su idea, pero me amedrentó la inusitada seguridad con la que hablaba.
Fui nuevamente a su casa a la noche siguiente. Me abrió la puerta y, haciéndome callar me hizo sentar frente al fogón.
_ Ves, aquí arde la sabiduría humana, es la finalidad mejor que encontré para toda esta promiscuidad de libros. (Hace mucho frío esta noche). Observá atentamente y dejáte fascinar por la sensualidad del humo...
Entre las llamas susurran enroscándose, frenética y plácidamente serpientes, bufones, hombres de mirada profunda, el espanto saltando de los rostros... Danzá, danzá con los duendes del fuego y oí sus cantos, sin tiempo, sin objetivo, sin pensamiento...
Cuando desperté, ella no estaba. Volví a mi casa y pasé el día con gran intranquilidad. A la mañana siguiente salí a buscarla. Mí intuición me decía que iba a encontrarla cerca del cerro del Cóndor. Ese era un lugar que siempre la había fascinado sobremanera. Justamente, a unos metros al pie de la picada que iniciaba el ascenso, encontré su jeep.
La ansiedad con la que esperaba que regrese me llevó a curiosear entre las cosas que había en el jeep. Encontré un cuadernito, hojeándolo leí:
"...Encendí una generosa fogata, está comenzando a oscurecer y el perfume frío del sereno intenta atravesar mi carne.
"Afortunadamente, una magra pera caliente cena supo reconfortarme. Me he envuelto con la manta y mientras espero el sueño puedo sentir el fluir de la vida por venas verdes y rojas, una infinidad de latidos expectantes, acechos rapaces, ojos ávidos, otros temerosos que buscan oscuro abrigo. Son tantos los árboles levantándose como piernas de gigantes entre la magnífica diversidad, Y los ecos que estremecen el aire anochecido.
"Me acaban de despertar unos finos hilos de luz que atraviesan las nubes como flechas. Estas hilachas que saben llegar hasta mí en sólo unos pocos minutos de viaje y ahora rebotan miles de veces hasta ser atrapadas por el fragor del misterio verde..."
Salí del jeep y empecé a caminar nerviosamente. Habían empezado a enfriárseme los pies y no hay cosa que me cause más fastidio. Me puse a mirar impacientemente la montaña esperando que ella descienda. Comenzó a levantarse un poco de viento y había demasiadas nubes. Deseaba estar en casa. De todas formas, controlé mi mal ánimo y me dispuse a esperar un poco más. Seguí leyendo.
"... Percibimos la realidad- a través de las formas de la Naturaleza que son sus metáforas. Creemos que cada individuo y cada cosa es la única expresión posible, pero si comprendiéramos el real sentido que da origen a estas metáforas veríamos que existen incontables manifestaciones para cada infinitésimo de realidad. Si hiciéramos un viaje hacia lo más íntimo de nuestro ser, hasta la razón primordial que nos genera, podríamos regresar de aquel punto por un camino diferente. Así seríamos más versátiles, con la capacidad de vivir un día como humanos, otro como apacibles rocas, otro como pájaros.
Tengo decidido ascender por las picadas y trepar las paredes rocosas hasta comprender, en este ascenso de crisálida cómo llegar a la cima mutada en cóndor. Y así sobrevolar las cumbres, viendo los árboles empequeñecidos, prendidos con sus garras, cada uno abriéndose paso entre los demás, extendiendo sus ramas que claman por luz.
"Dejarme llevar más alto todavía zambulléndome en una ráfaga tibia. Aspirar la fresca humedad de las nubes. Quiero el privilegio del vuelo y de abarcar la inmensidad desde lo alto..."
Entendí que la situación no admitía más paciencia.
Fui por ayuda de inmediato. Trabajó en la búsqueda gente de gendarmería, guardaparques y un zoólogo que estaba estudiando la comunidad de cóndores del lugar; él era la persona que más había andado por allí en los últimos meses, por lo que conocía muy bien cada rincón del cerro.
Al tercer día encontramos su cuerpo en una grieta. Terminada la difícil tarea de rescate, levantamos el campamento con enorme pesadumbre.
Durante todo nuestro regreso giró plácidamente un cóndor sobre nosotros.
Descendimos todos en silencio, solo se oyó un comentario que murmuró para sí el zoólogo mientras tomaba su libreta de campo: "Qué interesante, a ese ejemplar no lo había visto nunca… ¡cómo se acerca!... es una hembra joven"…
3 comentarios:
Me gusta mucho tu texto, Marina ! Muy fuerte, y agradable, leerlo...
Sonrisa.
Anne, de Francia
Hola Marina , estoy asombrada con tus dotes de escritora porque tus talentos musicales ya los disfruto hace rato ,qué hermoso cuento, qué talentosa, cuánta creatividad !!!!!, me encanta,te admiro , un beso, MARCELA
Gracias, Marce! en un tiempo se me había dado por escribir, soy bastante vueltera, escribo y corrijo todo 8000 veces!
Un beso,
Marina
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